Llevo días pensando en vacaciones. El invierno se me está haciendo largo, y llevamos sin parar desde verano. Estamos cuadrando fechas y mirando destinos, y aunque espero poder escaparnos un fin de semana antes, nuestras vacaciones grandes no creo que lleguen antes de Abril. Cada año, en primavera nos escapamos a Francia, nuestra segunda patria. Tenemos un viaje muy largo, pero casi siempre lo hacemos en coche. Vamos a una zona rural, a una granja en medio del campo, a una hora del aeropuerto más cercano, y donde se necesita el coche para todo. Cuando no teníamos familia, tratábamos de hacer el viaje quick and dirty, lo más rápido posible y casi sin parar, para no perder el tiempo, pero desde que somos cuatro lo hacemos completamente distinto. Sólo se me ocurre una manera de viajar con niños en coche: disfrutando el camino.
Son más de mil kilómetros, cruzando la frontera por Hendaya y atravesando todas las Landas. Desde que viajamos con niños, lo hacemos en dos jornadas, durmiendo en carretera. En Francia hay hoteles muy decentes casi sin salirse de la autopista, con lo más básico para pasar la noche, que es lo que hacemos. Gracias a esta nueva modalidad de viaje he descubierto el País Vasco francés, y estoy enamorada de sus pequeños pueblecitos costeros. Sueño con pasar unas vacaciones descansando en su costa, y aunque nunca vamos en temporada, siempre tenemos la suerte de pillar tiempazo y poder disfrutar de sus playas, sus paseos marítimos, sus crepes y sus helados. También miro de reojo los escaparates, pero después de tantas horas de coche los niños no están como para ir de tiendas…
Muchos padres prefieren madrugar y avanzar kilómetros mientras los niños aun duermen. Suena genial, pero a nosotros no nos funciona. Nosotros solemos salir a media mañana. Con la euforia del viaje, los niños aguantan un par de horas casi sin rechistar. Además de música, cuentos y juguetes, suelo llevar algo para darles de comer y entretenerles un poco, y hasta alguna chuche para momentos muy críticos. A las dos horas, paramos a comer algo ligero, a poder ser en algún lugar con parque infantil para que se desfoguen. Y de vuelta al coche, después de comer, suelen quedarse dormidos. Berta y Bruno no hacen siesta nunca, pero en el coche se duermen sin problemas. Ahí es cuando aprovechamos para tirar millas y plantarnos casi sin pestañear en la costa, antes de que se ponga el sol. Si se despiertan antes, la merienda es otro entretenimiento. Una vez en nuestra parada intermedia (San Sebastián, Biarritz o San Juan de Luz, según se nos de) hacemos un poco de turismo, jugamos en la playa, tomamos un helado o incluso cenamos. El último tramo de la primera jornada lo hacemos de noche y generalmente los niños llegan dormidos al hotel, donde descansamos hasta que los más madrugadores nos dejan. La segunda jornada suele ser más ligera, y después de hartarnos de croissants, en unas tres horas nos plantamos en casa, en una pequeña granja en medio de la campiña.
En Francia todo es más sencillo. Los franceses tienen más hijos que nosotros, y también los tienen antes. Esto no es lo único que acompleja, porque además los niños franceses no gritan y siempre saben comportarse. Nunca he visto a un niño francés con una rabieta. Palabra. De cualquier modo, como fomentan la natalidad, piensan las cosas para familias y es genial para viajar con niños. En las áreas de servicio hay parques con columpios, incluso techados por si hace mal tiempo. No sólo hay cambiadores y salas de lactancia, también hay baños para los más pequeños. Hacer paradas en la carretera es fácil, con mucho sitio fuera para tomar tu propia comida, lo que a mi me encanta, porque generalmente después de tantas horas en el coche, no es fácil mantener a los niños sentados en un restaurante.
Adoro Francia y me encanta pasar tiempo allí. No hablo una palabra de francés y me resulta de lo más relajante. Allí nuestro mayor entretenimiento es pasear por el bosque, ir a saludar a las vacas o tratar de pescar, y aunque haga mal tiempo, siempre vuelvo con las pilas cargadas y llena de energía.
A la vuelta, nuestro viaje se repite de manera muy parecida. El año pasado dormimos en un apartamento de Airbnb en San Juan de Luz, y disfrutamos de un atardecer en la playa como no he visto otro. Aunque yo llevaba cena preparada, no pudimos resistirnos a despedirnos de La France con unas galletes en el Paseo Marítimo. A la mañana siguiente, unos pain au chocolat para empezar la jornada y una nevera llena de mantequilla y quesos para sobrellevar mejor la morriña. ¡Ay, qué ganas de Francia!
¿Os atrevéis a hacer un viaje de 1.000 km. con niños, y disfrutar el camino? ¿Cómo os organizais vosotros y qué trucos tenéis para viajar con niños en coche?
[…] la simpleza del plato, tienen que ser de la mejor calidad. El principal: un queso reblochon del que siempre traemos un par de ejemplares en nuestros viajes, pero que lo puedes encontrar en Grandes Superficies de origen galo, como Carrefour o […]