No podía ser de otra manera. Después de los días intensos que hemos vivido aquí, en el pueblo, no se me ocurre hablarte de otra cosa. Ya sabeis que tengo predilección por la vida de pueblo. De este pueblo al que he venido desde que era un bebé, que tuve que olvidar durante algunos años y que, cararambolas de la vida, he podido recuperar tiempo después.
Un pueblo lo hace su gente. Y esta gente de mi pueblo es lo que lo hace especial. Familia que no lo es y es como si lo fuera. Abuelas y bisabuelas para mis niños, que no necesitan tener su sangre para sentirlos propios. Tías que no lo son pero que así las siento. Amigas que conoces desde hace 30 años, y otras con las que descubres tantas casualidades que te tocan el alma. Mujeres que te abren su casa y te visten con la falda que llevara su abuela.
Mi pueblo, como tantos, es un pueblo de mujeres. Mujeres de nombres bonitos. Leonores, Irenes, Adelas. Y estas mujeres se juntan, desde hace más de 10 años, para dar comienzo a las fiestas del pueblo con un festival de poesía, Valpoesía. Un chupinazo poético, somos gente ilustrada. No es fácil congregar tanta parroquia en la Plaza Mayor, a escuchar una lectura de poemas. Ideado y organizado por Mª Ángeles Maeso, escritora natal de la villa, Valpoesía presenta cada año una excusa alrededor de la cual se leen poemas de la misma temática. Este año el tema era el pan. Pan y Poesía, ambos necesarios. Bocata de poema, que me decía alguién en las redes sociales. Así fue.
Tuve la suerte de poder participar, casi en el último momento y a quemarropa, con un poema de Conrado Santamaría que me conquistó a la primera y que hice mío a la tercera, como me advirtió que sería la directora. Un verdadero placer compartir tablas con estas mujeres, algunos hombres e incluso niños.
A esta jornada han seguido otras cuatro: lúdicas, deportivas, musicales, religiosas. Ofrendas de flores, bailes a la luz de la luna, concurso de sombreros, guerras de agua. Hemos ganado medallas, pero también las hemos perdido. Hemos reído y hemos llorado, lecciones de vida. Hemos aprendido que lo mejor es lo que pasa antes de la entrega de premios, justo cuando se terminan las fiestas del pueblo, hasta el año que viene.
P.D. Las preciosas fotos del post son de la más bonita Aroa Sesmilo de Pablo. Y las alpargatas de PeSeta son un fichaje que no me he quitado en todo el verano.
Guapísima Rut en las fotos! Qué buena la vida en el pueblo, conectar con lo que importa, de verdad. Muchas veces en la ciudad, vamos tan atropellados que nos perdemos estas cosas… Besos!
Mil gracias preciosa!!!! El traje favorece mucho!!! Un beso enorme!